Mi chute de autoestima

Mi chute de autoestima

- ¿Estás bien aquí?
- …
- Dime la verdad.

Parece que le hayas tomado el gusto a hacer la dichosa pregunta. No siempre me la haces de la misma forma, pero sé que buscas que la respuesta vaya al mismo punto en cuestión.

¿Qué somos? Esa es mi pregunta. Bueno, ya hace semanas que no es mi pregunta. Tú me la respondiste enseguida, pero bien que podría seguir siendo la pregunta de quién sepa de nuestra situación.

“Somos amigos muy especiales” fue tu respuesta. Y aunque era la que intuía que iba a oír, no despejaste pajaritos de mi cabeza. Porque ese “muy especiales”, es bastante más que
simplemente “especiales”, aunque conozco de sobra donde empieza y donde acaba la palabra “amigo”. Pero eh, somos “amigos muy especiales”, no “amigos con derecho”, ni “amigos modernos”. Está claro que eso es porque no todo se reduce a lo mismo, sino porque te aporto mucho más. O eso quiero creer cuando he recibido mi chute de autoestima.

Porque en algo sí que tengo que echarte las culpas. La culpa de ser la responsable de que mi autoestima haya crecido estos últimos meses. La culpa de ser ese chute de autoestima que necesitaba, y que tal vez más pronto que tarde vuelva a desinflarse.

Pero que me quiten (y nos quiten, por supuesto) lo bailado. Si hace cuatro meses alguien me dice que iba a estar en esta situación contigo, lo tomaría por loco. Pero el destino es así de caprichoso a veces, y el cruzarnos en esta vida desde luego que lo fue.

Tú salías de tu enésima desilusión con los tíos. No con todos, por supuesto. Solo con esos chicos que llegan, te dicen lo que quieres oír, te ilusionan, y cuando ya tienen lo que quieren o se han cansado, desaparecen. Bueno, podríamos decir que prácticamente con todos los que te has cruzado...

Yo sin embargo estaba ahí, esperando a que la vida me diera más valentía que cobardía, más labia que físico, más serenidad que nervios. Y como si los hilos de un marionetista fueran moviendo cada paso hasta llegar a estar uno frente al otro con la risa tonta, allí nos encontramos los dos, en aquella fiesta a la que accedí salir porque mi amigo nos quería presentar a su nueva novia. Y allí estabas tú, porque tu fiel amiga no iba a consentir que te quedaras en casa esa noche, habiendo tantos tíos por conocer, mientras tu amiga te quería convencer de que todos no somos iguales. Cosas del destino, porque ni yo soy de salir de fiesta, ni tú habrías ido si la quedada se hubiera dado una semana antes.

Y ahí estuvimos toda la noche, con el único acercamiento de los dos besos de presentación. Porque la película sería la misma que ambos ya habíamos presenciado muchas veces. Tu atendiendo a los chicos que querían mostrar interés en ti, y yo mirando todo desde la segunda fila, con temor de acercarme y dar la misma impresión que te estaban dando ellos.

Todo conduciría al momento mágico en el que mi gran torpeza, o destreza para atraer los momentos de “tierra trágame”, hiciera acto de presencia. Ese momento en el que caminando por una zona encharcada intenté avisarte de que ibas a pisar un líquido que bien podría ser

una meada o un cubata tirado, sin percatarme, por no mirar al frente, de que me chocaría con una señal de tráfico. Sí, lo sé, es un resumen perfecto de mi vida. Tan cómico cuando estás rodeado de amigos, pero tan humillante cuando está delante de la chica que te ha llamado la atención.

Por suerte tú eres diferente, porque te reíste pero no hiciste mella. Y por lástima, te interesaste por si me había hecho daño. Fue tanta la adrenalina de ese momento que no recuerdo como supe salir airoso de esa situación. Bueno, un poco la victima me hice por seguir un con la gracia, pero fueron nuestras primeras risas juntos.

Y ya lo siguiente pasó como si de un sueño se tratase. Recibí un mensaje de un número desconocido que resultó ser el tuyo, para interesarte por mi estado, y yo que seguía con el juego de la víctima para seguir alargando el chicle de la gracia que nunca me había salido bien. Sin quererlo ni pretenderlo (bueno, un poco-mucho sí) pasamos de la broma de “la próxima vez que tenga que defenderme de una señal te avisaré” a prácticamente contarnos nuestras vidas en conversaciones que duraban horas. De ahí a ser conscientes de lo a gusto que nos sentíamos hablando por chat solo fueron unos pocos días, casi los que tardé en echarle valor y preguntarte si querías quedar para salir de tu casa y despejarte un poco.

La verdad es que ahí jugué la carta trampa de saber ya, gracias a ti y la rápida confianza que habíamos creado, que estabas mal acostumbrada a pasarte el día de un lado para el otro con tus citas, que tu cuerpo y tu mente te lo pedía, ya que en tu casa te sentías atrapada y asfixiada. Y ahí fue donde empezaste a ser mi chute de autoestima.

Porque si tu llegaste nerviosa, más lo estaba yo esperándote. Porque cuando tu sonreías, yo sonreía más. Porque si se te escapaba algún “gracias por animarme”, más me animaba yo a querer que ese día no terminase. Y ese día no pudo terminar de la mejor manera, con un inesperado pero deseado beso, aquel que no era mi intención ni siquiera buscar en nuestra primera cita, pero que surgió tras otra tonta broma sobre mi choque con la señal y mi intención de protegerte de otra con la que nos íbamos a cruzar. Un abrazo para protegerte con mis brazos y nuestros labios que se colocaron tan cerca que era imposible luchar contra el imán que los atraía. Lo de besarnos al lado de una señal fue un marco que ni al mejor de los poetas se le podría haber ocurrido.

Después del chute de autoestima que me diste ese día pensaba que ahí se acababa nuestra breve pero bonita historia. Pero no todo iba a ser blanco o negro. Al día siguiente me diste las gracias por el día anterior, pero que, aunque te supiese mal, querías dejar claro que no buscabas tener nada duradero en estos momentos. Bajada de autoestima. Pero luego me dijiste que lo habías pasado genial, que te hice sentir como hacía mucho que no te sentías y que te encantaría volver a quedar. Chute de autoestima.

Soy un chico sencillo. Mi autoestima aumenta con el simple hecho de saber que estoy haciendo sentir bien a la otra persona. Alegrarle el día. Sentirle las ganas de verme. De buscar cualquier razón para hablarme. De no querer cortar una conversación. De estar contando los días hasta nuestra próxima quedada. Pero ya ahí me habías dado el primer aviso, el que no se suele hacer caso, porque aún se está en ese nube tan mágica como engañosa.

Y así caían los días en el calendario, hablando en los ratos libres, diciendo la tontería del día para ver quien hace reír antes a quién, o hacer planes improvisados por el simple motivo de pasar un rato juntos y aislados de la realidad. Las semanas han ido pasando más rápido de lo que me habría gustado. Es buena señal, no lo niego, porque prácticamente hemos vuelto cotidiano el estar disfrutando de la presencia del otro. A ti te hago olvidarte de tus sin sabores con la vida y de los desengaños que te has llevado, esos que tanto han mermado tu personalidad, y a mí me haces olvidarme de mis temores, mis inseguridades o mis debilidades. Básicamente me has ayudado a valorarme más. Sin forzarlo, nos hemos convertido en una simbiosis muy bonita.

Pero como de un giro de guion que sabes perfectamente que más tarde o más temprano se va a dar, mi torpeza en estos casos hizo que pronunciara la pregunta maldita la semana pasada, mientras tomábamos un helado en el parque.

- Oye, una pregunta tonta… ¿Qué somos ahora mismo exactamente?
- ¿Cómo que qué somos? – dijiste casi suspirando, como ya sabiendo que la pregunta estaba cerca de caer.
- Sí, esta relación o circunstancia por la que estamos pasando.
- Ya te lo dije… no pretendo tener nada comprometido en este momento, me encanta estar contigo, eres un chute de oxígeno para mí, pero no me siento con fuerzas para comenzar una responsabilidad, y tengo miedo de por lo que pueda pasar. Siento que somos amigos muy especiales, y me encanta sentir esto contigo.
- Yo también.
- Lo sé. Y no quiero hacerte daño. Por eso te quise ser franca desde el primer día. Y no quiero que esto acabe siendo un problema.
- Sí, también lo sé, solo era curiosidad, saber si por un casual había cambiado la situación dado lo bien que hemos estado estas semanas. – Intenté quitarle importancia a la pregunta por no estropear nuestro rato juntos, pero tú sabes ya como notar mis estados de ánimo.
- ¿Estás bien? – me preguntaste tras unos segundos de silencio.
- Sí, de verdad. No le des más vueltas que se te derrite el helado.

Y cierto es que no puedo echarte las culpas de nada. Tú fuiste sincera cuando tocaba y lo sigues siendo. Y a mí también me toca ser sincero conmigo mismo. Es verdad que la tarde de la maldita pregunta no estaba bien, pero pocos días me costó mentalizarme de que las cosas no hay que forzarlas, porque así es como se está dando todo. Si yo soy tu chute de oxígeno, tú eres mi chute de autoestima. Dure el tiempo que tenga que durar.

Pero la pregunta la seguirías repitiendo días siguientes, en esos momentos en los que tu preocupación no te permite dejarte llevar por pensar en tener que cortar esto por no hacerme daño. Lo positivo de esto es que mi respuesta cada vez ha ido sonando más real y convincente. Tal vez porque pasan los días y sigues dándome ese chute al comprobar que seguimos valorando esto que nos damos mutuamente. Que a ti también te sale más bonita la frase de “lo que me estás dando no me lo ha dado nadie antes”.

- Eh, despierta, ¿estás bien? Si tanto te lo tienes que pensar…
- Perdona, estaba en mi mundo recordando cosas. – dije rápidamente, tratando de volver al presente.
- ¿Qué cosas?

- Nada, el hecho de cómo hemos llegado aquí, a esta noche estrellada a los pies de la playa… y lo valioso que es poder disfrutar de estos momentos. Hace unos meses estábamos encerrados en casa, casi sin esperanza de vivir momentos así, y ahora de repente nos preocupamos más por el futuro que por el presente.
- No quiero estropear tu futuro por ser egoísta en mi presente.
- Me has creado un gran presente gracias a la confianza sobre mí mismo que me has dado. Y sé que no te lo he dicho antes, pero hace unos meses mi autoestima estaba por los suelos, no me sentía capaz de estar así con una chica, de provocarle estados tan positivos, aunque solo sea como “amigo muy especial”. – Al menos conseguido sacarte una sonrisa. – Has hecho que vea que puedo levantar a quien esté mal, y eso me ayudó a valorarme y . Así que de verdad, estoy bien, disfrutando del presente y de sentir que nos ayudamos mutuamente hasta lo que esto dure.
- Sin forzar nada.
- Sin forzar nada. – ambos sonreímos y nuestras manos se buscan para apretarse en señal de unión y vínculo.
- Me quedaría aquí toda la noche… - dices mientras dejas caer tu cabeza sobre mi hombro. – Gracias por ser así. Por darme tanto oxígeno estas semanas.
- Gracias por haber sido mi chute de autoestima.

Si quieres conocer otros artículos parecidos a Mi chute de autoestima puedes visitar la categoría Relatos.

Por si quieres seguir leyendo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies
Tu email no es válido
¡Vamos! Ya estás casi dentro (te queda confirmar la suscripción)