Tercer premio: Corazones malditos
¿Y si te dijera que no puedo morir?
O más bien, ¿y si te dijera que he muerto mil veces y siempre despierto en esta pesadilla? Es lo que tiene ser un corazón maldito.
Que vives y mueres y vives y mueres…encadenada a un bucle eterno de dolor y sufrimiento.
Y no es solo morir, no, es morir a manos de quien más amas, morir intentando matarle a él también. Un funesto vals de muerte que marca nuestro camino y dicta nota a nota, paso a paso, un aciago destino.
Nada puedo hacer por evitarlo. Nada puede hacer para evitarlo.
Por mucho que nos distanciemos, por mucho que lo intentemos, siempre perdemos esa lucha interna y la voluntad se reduce a cenizas.
Emprendemos de nuevo el camino desandado. No importa en qué lugar del mundo nos encontremos en ese momento, acudiremos a esa maldita llamada a la contienda que marca el latir de nuestros corazones.
Nos arrastraremos a ese lugar una y otra vez, a ese instante maldito en el que los dioses nos condenaron y lucharemos con garras y dientes si es necesario para vernos perecer.
Así, que aquí me encuentro…una vez más.
La brisa nocturna mece mis cabellos. El olor a salitre penetra en mis fosas nasales haciéndome cosquillas. Las primeras estrellas se asoman tímidas sobre el firmamento.
El ruido de las olas chocando contra el espigón es desenfrenado, acompasa el latido de mi corazón. La maldición es como este mar picado, golpea mi voluntad una y otra vez como un pesado ariete.
Suspiro con tristeza, intentando no sollozar, intentando encontrar la fuerza necesaria para no ceder al dantesco ritmo que enseguida me consumirá. A pesar del paso del tiempo, a veces, aún creo que esta vez no ocurrirá.
Eres una ingenua Lía. Sabes que ocurrirá, siempre…
Pero, ¡es que no quiero matarlo otra vez! ¡No puedo soportarlo más!
Y, aun así, lo deseo…
Desvío la mirada hacia La Ciudadela.
Llevo dos días en esta odiada y amada ciudad, esperándote, porque uno de los dos siempre rompe la promesa, ¿Qué importa quién? Esta vez has sido tú, cientos de veces lo hice yo…
Es algo que no podemos evitar.
Cuando el reloj marca de nuevo los segundos para encontrarnos, ambos acudimos inexorablemente y aunque nos atásemos con gruesas cadenas a un poste, no serviría para nada. Encontraríamos la forma de liberarnos, aunque tuviéramos que cortarnos los brazos.
Tus últimas palabras, esas que me escribiste hace un par de meses, aun danzan como un susurro, como una advertencia en mi mente.
«Necesito verte. He roto la promesa, lo siento, Lía…Quiero que sepas que he luchado mucho contra ese egoísta deseo, contra la necesidad de atisbar el
brillo de tus ojos. Que he luchado contra la necesidad de tus besos. Siempre lucho, siempre pierdo...Perdóname.»
Lo sé cariño, lo sé.
Camino en dirección al muelle.
Ya casi no reconozco esta ciudad. Todo cambia rápidamente. Todo, menos nosotros dos.
Los edificios de ladrillo se extienden altos y fríos, donde antes hubo casas de madera, de piedra, de barro y paja. El suelo empedrado yace bajo capas de oscuro asfalto. La Ciudadela resplandece. La luz eléctrica ilumina calles que antes fueron oscuras, donde contrabandistas y muerte encontraban refugio. Donde los monstruos deambulaban en paz.
Pero todo es una falsa ilusión. Los monstruos siguen acechando, aunque ya nadie cree en ellos.
En el puerto grandes barcos con furiosos motores que arden y rugen atracan cargados de telas, especias, esclavos. Llenando el aire de pestilente humo negro.
Con nostalgia recuerdo el pequeño embarcadero y la humilde barquita que utilizaba cuando era niña para pescar con mi padre. Cuando el mundo era más simple. Cuando era libre.
Vivir tanto tiempo, hace que los recuerdos vayan apagándose uno a uno. Convirtiéndome en una cáscara vacía que vaga errante entre sueños rotos y falsas esperanzas. Casi no me reconozco, he muerto miles de veces y he revivido otras tantas, pero sé que quién un día fui, mi verdadera esencia, murió una sola vez y que yace bajo ese antiguo mundo en el que nací.
El mismo lugar, una y otra vez…
«La misma noche, bajo el mismo firmamento, donde el tiempo avanza, irremediablemente, sin detenerse por nosotros…Deseando verte de nuevo, aunque tenga que matarte, amor mío.»
Yo también deseo verte, aunque también tenga que matarte.
Me siento cerca del muelle.
Recuerdo lo agotador que fue al principio. Cuando todavía no éramos conscientes de ese dolor que nos consumiría para siempre. Años y años en los que la rabia, la locura, me zarandearon enjaulándome en una vorágine de sufrimiento y frustración. Años en los que había intentado quitarme la vida de mil formas, arrancarme el corazón del pecho…
Pero cuando la muerte te da la espalda, cuando estas maldita…
Su olor abofetea mi rostro de repente.
Logan.
Siento su presencia, aunque el barco todavía está a centenares de metros del muelle. Aprieto la mandíbula deseando algo más de tiempo. Él, él tampoco puede obviar mi presencia.
La maldición comienza a dictar su sentencia.
Se apodera de nuestros cuerpos, como si fuéramos simples marionetas en sus macabras manos. Mueve los hilos para arrastrarnos a ese inevitable latido en el que nos deseamos y odiamos hasta la muerte.
Condenados a morir y revivir eternamente.
Palpo mi cuerpo por última vez.
Siempre se me escapa algo; una horquilla, un broche, un pañuelo…todo puede usarse como arma cuando el deseo de matar te oprime.
La brisa se enfurece, sabiendo que la maldición nos reclama. Y en ella, resuena, la risa de aquella oscura diosa. Aquella que empezó todo esto.
Si pudiera dar marcha atrás a aquella noche…pero no puedo. ¡Y EL PUTO MUNDO PARECE HABÉRSELA TRAGADO!
«Un día lo conseguiremos Lía. Un día romperemos esta maldición. El tiempo ya no es un problema para nosotros.»
Maldigo a los dioses por dejar que esto suceda. Un rayo cruza la oscuridad como advertencia.
El oleaje traspasa el espigón intentando tragarme. Los dioses enturbian la calma que precede a la tormenta. Porque los monstruos existen, pero los dioses también. Ellos crearon toda esta trama llevados por los celos y la envidia. Y cuando consiga encontrar a esa cruel diosa y cortarle la cabeza, el resto serán los siguientes.
La rabia ya recorre mi cuerpo calentando mi sangre. Poniendo mi cuerpo en alerta. Puedo sentir como voy perdiendo el control de mis actos. Siento a Logan cerca, antes de que baje del barco.
El pulso se acelera.
El estómago se contrae.
El corazón comienza a arder bajo el incontrolable y maldito hechizo. Mi cuerpo se tensa como el de un gato.
Por mucho que me esfuerzo, me levanto como un resorte. Como un muerto viviente sin voluntad ni conciencia. Los dioses en la distancia tejen el caprichoso ritmo que desean.
Despierto del sopor en el que me cobijo cuando Logan no está cerca.
Irremediablemente avanzo hacia la parte más escondida de los muelles, donde él ya se encamina con pasos presurosos, dolientes, incontrolables.
«Moriría mil veces si así puedo besarte, Lía.»
Avanzo.
Mis manos tiemblan, desnudas. Mis ojos se posan involuntariamente sobre una varilla metálica que alguien ha olvidado tras algún trabajo. Aprieto los puños y cierro los ojos, duele.
Con cada paso me vuelvo más salvaje, mis instintos más primarios incendian mi alma. El último resquicio de lo que soy arde hasta desaparecer.
Somos dos corazones malditos que rujen como bestias en la oscuridad…esperando que el otro salte, para dar comienzo a la lucha.
Me mira y mis labios tiemblan.
Le miro y siento su anhelo. El mundo se queda mudo a nuestro alrededor. El tiempo se detiene.
Un paso, Logan olisquea el aire, como un perro de caza cuando suena la corneta, esperando que le suelten de la correa.
Me detengo, duele como si me arrancaran el alma. Una descarga me recorre intentando mover mis músculos para que siga avanzando.
«Un día cortaremos los hilos y seremos libres de nuevo.»
Volvemos a mirarnos. Nos decimos tantas cosas en aquel horrible silencio.
Intento reprimir el siguiente paso, y el siguiente… Él, lo consigue durante unos segundos, solo unos pocos segundos.
La rabia crece, como si verlo fuera lo que más odiara en el mundo. Como si su sola presencia fuera tan cortante como una espada. Como si matarle fuera tan importante, incluso más, que besarle.
Abro los ojos nerviosamente cuando Logan extrae una daga de debajo de su chaqueta. Me tiemblan las manos.
Por el rabillo del ojo veo un destello de metal.
Sobre los últimos enseres de los pescadores un arpón murmura mi nombre. Él, intenta controlar su cuerpo, a pesar del dolor, quiere que llegue al arma. No quiere herirme con su acero mientras yo solo puedo morder y arañar.
Esta vez NO DUDO.
Necesito un arma.
CORRO.
Esta vez LO AGARRO.
LO ALZO. Las lágrimas empañan mi visión.
—¡Vete! —Suplico rugiendo. Llevada por una ira que no puedo apaciguar.
—Te amo. —Grita forzando unas palabras que están prohibidas aquí y ahora. Un te amo
que resuena sobre el oleaje, sobre las risas de los dioses.
—¡Vete! —mi voz se apaga mientras un yo también te amo muere en mis labios. —¡TE ODIO!
El reloj que dicta nuestros destinos resuena en nuestras mentes, y aunque lo intentamos con todas nuestras fuerzas, avanzamos cuando el tic tac se detiene.
Nos abalanzamos excitados, desesperados hacia una sangrienta danza que nos une y nos distancia.
Corto, esquivo, me lanzo de nuevo. Su daga me corta en el abdomen. Clavo mi arpón en su pierna.
Cada tajo, cada herida es como un beso perdido, una caricia que no puede ser.
«Nos han arrebatado tantas cosas Lía…Después de que nos veamos, iré hacia el sur. He escuchado rumores que quizás puedan darnos alguna pista sobre el paradero de esa maldita diosa. Sigo intentándolo todo.»
Salto, desgarro, grito cada vez que su daga pincha en mi carne. No me importa que me hiera, si así puedo sentirlo más cerca. El odio se siente en cada golpe, en cada mirada.
Cada roce letal es buscado con ansia. La sangre cubre el suelo empedrado, las maldiciones y el resentimiento forman una maraña en nuestros labios que solo les hace escupir veneno.
Las heridas escuecen, excitan. Nuestra rabia tiñe el mundo de dolor.
Tropiezo. Caigo. Su daga se clava mortal en mi estómago. Su desquiciada sonrisa de satisfacción me da fuerzas para un último golpe. Hundo el arpón en sus costillas perforando sus pulmones.
Su rostro se contrae. La sonrisa desaparece. El último latido se acerca.
Cae a tan solo un palmo de distancia. Me mira desfalleciendo. Sonriendo dulcemente al fin.
Este, es el único instante que no han podido robarnos, o quizás forma parte de su juego.
Este momento, antes de morir, cuando la deuda está pagada. Cuando la bestia que habita en nosotros se apacigua por fin…Este horrible y precioso instante en el que nuestros corazones malditos dejan de rugir y de latir.
Logan se arrastra hacia mí, anhelante, tan arrepentido.
—Lo conseguiremos, un día romperemos esta maldición. Te lo prometo. —Murmura entre jadeos.
Asiento mientras escupo sangre.
—Te amo.
Hace un esfuerzo titánico para alcanzar mis labios. Me besa con ternura.
«Moriría mil veces más con tal de besarte de nuevo, Lía.»
Lo sé, cariño.
La sangre se amontona en mi garganta impidiéndome responder.
Ambos morimos de nuevo, miles de veces, encerrados en ese bucle eterno.
Cuando abro los ojos, y la descarga que me devuelve a la vida recorre mi cuerpo haciéndome gritar, ya no está.
Todavía es de noche. Mis heridas están curadas. Como por arte de magia. Me levanto de nuevo, otra maldita noche más. Errante hacia la eternidad.
La brisa mece mi cabello. El olor a salitre penetra en mis fosas nasales haciéndome cosquillas. Las últimas estrellas se desvanecen en el firmamento.
¿Y sí te dijera que no puedo morir?
O más bien, ¿y si te dijera que he muerto mil veces y siempre despierto en esta pesadilla? Es lo que tiene ser un corazón maldito.
Nombre; Susana Izquierdo Torrico.
Redes; INSTAGRAM (Susanaizquierdotorrico)
X (@Susanaizto12)
Biografía; Nací y vivo en Valencia. Tejedora de Sueños me gusta llamarme. Finalista en diversas antologías, autora de la novela La Tejedora de Sueños, Las Crónicas de El Gran Soñador, y colaboradora de varios crowfoundings. Admiradora de Brandon Sanderson y Joe Abercrombie. Me encanta la fantasía, sobre todo la oscura y las historias que no suelen acabar como a todos nos gustaría.
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