El vestido de Faustine Bonnay - Relato de Sara Alonso Barber
CAPÍTULO 1
Manon Baudin, yacía impecable sobre aquella cama de matrimonio, llevaba puesto el mismo vestido de novia que las otras víctimas. La detective registraba la habitación en busca de algún indicio. Paul Belanger, el forense, no tardaría en llegar.
Nadine entró en el cuerpo de policía a los veinticinco años y tras comerse horas interminables realizando tareas administrativas, se ganó el respeto de sus superiores gracias a la minuciosa investigación de “La muñeca de porcelana” un caso que tuvo en vilo a toda Francia. El asesino, resultó ser un médico de renombre que maquillaba a sus víctimas igual que las muñecas encontradas en la escena del crimen, de eso ya hacía unos cuantos años, y la foto del autor de los asesinatos circuló por todos los medios de comunicación.
El móvil vibró dentro del bolsillo de su abrigo largo color negro, miró la pantalla, en ella apareció el nombre del forense, por fin había llegado. Le abrió la puerta precintada con una cinta amarilla.
—¿Qué nos tiene que contar esta preciosidad? —dijo acercándose al cadáver.
Belanger tenía un humor ácido que muy pocos entendían. Se enfundó los guantes de látex antes de tocar el cuerpo y apartó el velo transparente que cubría el rostro pálido de Manon. Un tajo rasgaba su garganta, la habían degollado con un corte limpio, la sangre manaba a pequeños hilos de su cuello largo y esbelto. Ella era la víctima número siete.
—Ha sido asesinada esta misma noche —.Observó las pupilas sin vida de la chica.
—El mismo modus operandi, las secuestra y las mata después de violarlas.
Todo comenzó hace siete años. No existía relación alguna entre ellas, salvo que todas tenían el mismo aspecto: ojos marrones, cabello rubio dorado largo, delgadas, menos de un metro setenta de altura, busto mediano y rostro ovalado, la nariz respingona a juego con una boca pequeña y labios gruesos rosados.
—Una noche perfecta para estar en la morgue con esta preciosidad ¿Quién descubrió el cuerpo?
—Mi plan de hoy es estar con un adolescente cabreado por no haberle dejado salir —respondió Nadine con voz cansada.
—Muy cruel de tu parte ¿Te da miedo dejarle fuera de casa?
La detective encendió un cigarrillo apoyada en la pared de la habitación y dio una bocanada de humo. Belanger tenía razón, le aterraba que saliera la noche del trenta y uno de octubre desde que empezaron a desaparecer las chicas. Con diez años era fácil mantenerle en casa, esa noche le dejaba quedarse hasta tarde y veían películas delante de un bol enorme de palomitas de mantequilla y sal.
—¡Maldición! Me he convertido en la madre superprotectora que siempre he detestado.
El forense la miró con sus ojos azul oscuro, era un hombre de unos cuarenta y cinco años, pelo negro ondulado, medía cerca de los dos metros, nariz larga y recta. A pesar de su aspecto fiero, era una persona dotada con el don de la calma.
—Si te sirve de consuelo, yo tampoco dejaría salir a mi hija. Si ella estuviera con nosotros, claro —.Al decir la frase le tembló un poco la voz.
Nadine le miró con ternura, Paul y su mujer intentaron sin éxito tener hijos y cuando estuvieron a punto de adoptar a una niña, ella murió de un paro cardíaco, por lo que el forense no tuvo fuerzas para seguir con los trámites.
—El asesino siempre actúa esta noche. El mismo modus operandi durante siete largos años. El cabrón es un tipo muy astuto.
Pocas horas antes, una llamada anónima les anunció que la víctima número siete les estaba esperando en la dirección donde estaban.
Cada treinta y uno de octubre desaparecía una chica. Los agentes pidieron total precaución en esta noche y aconsejaban evitar salir, aunque sabían que era difícil y más en los jóvenes, que esperaban esa fecha para lucir sus disfraces.
El asesino después de asesinarlas, limpiaba el lugar del crimen, lavaba los cuerpos, les ponía el vestido y las maquillaba. Ninguna de las chicas había cumplido los treinta años.
Nadine salió de allí, el viento helado la abofeteó y se refugió dentro de su abrigo acolchado, llevaba una bufanda de color naranja a juego con un gorro de lana del mismo tono.
—Es una noche muy fría, puedo llevarte en coche hasta tu casa. No hace tiempo para caminar por la calle.
—Gracias Paul, te lo agradezco.
—No es nada —dijo quitándole importancia—.Por cierto, he pedido que esta misma noche trasladen el cuerpo a la morgue.
A la mañana siguiente, todos los canales de televisión anunciaron el asesinato de la chica.
La detective recibió varias llamadas mientras sostenía una taza de café caliente en las manos, dejó el teléfono encima de la mesa y escuchó ruido en la habitación de al lado, su hijo apareció con unos auriculares en las orejas, sin mirar a su madre, untó una tostada con mantequilla y se sentó delante del ordenador.
—Buenos días —saludó Nadine.
El chico respondió con un bufido sin levantar la vista de la pantalla.
—Debo irme tengo trabajo, estaré todo el día fuera, hay un tupper de macarrones con queso en la nevera.
Enzo saltó de la silla y volvió a entrar en su cuarto dando un portazo, el golpe resonó en toda la casa. Nadine y Enzo se mudaron a una vivienda más pequeña tras el divorcio, solo tenía un salón con cocina americana, un baño pequeño y un par de habitaciones, suficiente para ellos dos, no pagaba mucho de alquiler y sus vecinos eran personas muy agradables.
Nadine suspiró, cada vez era más difícil acercarse a su propio hijo. La psicóloga le aconsejaba que tuviese paciencia. Él estaba pasando por la adolescencia, experimentando muchos cambios y también se sumaba el divorcio, el chico la culpaba de haber hecho que su padre se fuera de casa.
—Buenos días, Maxime —saludó al entrar a comisaría.
El edificio de aspecto sobrio construido a finales de los ochenta, contrastaba con el jardín colorido que tenía a pocos metros.
Nadine Leroux fue directa a su despacho, encendió el ordenador y buscó el archivo donde guardada todo lo relacionado con los asesinatos sucedidos cada noche de difuntos.
Estudió minuciosamente los expedientes de cada una, en ellos estaba escrito el lugar exacto donde hallaron sus cadáveres, en La place de l'Horloge, todas fallecidas a la misma hora.
Faltaba completar la ficha de la última víctima, apagó el ordenador y fue a la morgue del edificio. Conforme bajaba las escaleras, un tenue olor a muerte inundó sus fosas nasales. Al llegar abajo del todo, abrió la puerta metalizada y vio a Paul a punto de realizarle la autopsia a Manon, el cuerpo estaba tumbado sobre la mesa metalizada con el vientre abierto. En ese momento, se disponía a serrar el cráneo de la chica para extraer su cerebro.
—¿Tenemos algo? —preguntó la detective.
Paul se giró hacia ella y desconectó la sierra.
—Nadine, bienvenida a mi reino —bromeó—.He encontrado restos de comida en su estómago, para ser más exactos, pechuga de pavo con puré de patatas y zanahoria y puedo decirte el postre…
—Tarta de queso con arándanos —terminó Nadine.
—Sí, parece ser que la invitó a su casa y cenaron juntos, igual que con las otras víctimas.
—Aparte de comida he encontrado un potente somnífero en la sangre. No hay restos de semen, aunque puede apreciarse desgarro vaginal.
Nadine escuchaba con atención a su compañero. Cada año en estas fechas, le repetía lo mismo.
—Detective, hay una pequeña diferencia en esta víctima, he comprobado la hora de su muerte, murió a las doce y cinco minutos.
—Entonces Manon Baudin, fue asesinada el uno de noviembre ¿Por qué cambiaría su método? —dijo pensativa—. Según su perfil, el verdugo es una persona metódica, al menos así lo ha demostrado durante siete años.
—No lo sé, es la única diferencia de las otras chicas.
Salió de allí y fue directa a hablar con el inspector Bernard Bonnet, abrió la puerta y le informó sobre la última víctima.
Bonnet era un hombre rechoncho, bajo, con un bigote ridículo de color paja, apenas tenía cabello y sus ojos eran parecidos a los de una rana.
—Inspector, debemos volver al lugar del crimen. Estoy segura que el asesino nos ha dejado un mensaje.
—Leroux, sólo tenemos un puto cambio de hora.
Todo el mundo conocía la mala lengua de Bernard y su hambre insaciable, su mesa estaba llena de envoltorios de chocolatinas.
—Cada indicio cuenta, voy a llevarme a dos agentes conmigo —respondió con firmeza.
El inspector observó a la detective y con un ademán en la mano le indicó que se marchara.
—Gabrielle, Sophie, venid conmigo.
Las dos chicas se acercaron a Nadine. Gabrielle era alta, tenía el cabello muy corto y rizado, de rasgos suaves, era muy impulsiva y siempre actuaba antes de pensar, aunque esto le había acarreado algún que otro problema.
Sophie era el polo opuesto de su compañera, silenciosa, cauta, tenía el pelo castaño claro cortado a media melena liso, ojos azul claro y la piel lechosa con algunas pecas en la nariz, de estatura baja y cuerpo menudo.
Las dos agentes y la detective, llegaron al escenario del crimen, todo permanecía en el mismo lugar.
—Manon Baudin murió el uno de noviembre, el asesino cambió su patrón. Nadine, Sophie y Gabrielle, examinaban el escenario del crimen en busca de algún indicio que les sirviera de ayuda para resolver el caso y poder encerrar al hombre que tenía atemorizado a todo el país.
—Deberíamos hacer un seguimiento, preguntar en cada tienda de vestidos de novia, que nos hagan una lista de todos los clientes que compraron alguno en esta fecha —dijo la agente Sophie.
—Buena idea, mientras vosotras os encargáis yo continuaré examinando la zona —respondió Leroux.
La casa estaba decorada con buen gusto, había algunos retratos colgados en las paredes y otros puestos sobre algún mueble. Su vista fue a parar a la imagen de una mujer joven con un vestido muy similar al de las víctimas.
«Esa foto, es la primera vez que la veo» —.Cogió el retrato y lo observó con atención.
Había una mujer retratada de unos veinticuatro años, con una sonrisa que le abarca todo el rostro, llevaba el cabello suelto, adornado con una tiara y sostenía un ramo de rosas de pitiminí con ambas manos. La detective sintió un escalofrío en el cuerpo, estaba del todo segura de que esa foto no estaba antes, Alguien entró y la dejó adrede para que fuera vista. Introdujo el retrato en una bolsa transparente de plástico para no destruir ninguna prueba y salió de allí.
Encendió el motor del Peugeot y regresó a las instalaciones policiales. Miró el reloj era casi mediodía, Enzo ya debería haber comido a estas horas. Marcó el número de teléfono de su hijo, cuando ya pensaba que no iba a responder escuchó la voz del chico.
—Solo llamaba para saber como estás.
—Bien, gracias por tu preocupación.
La detective se percató del tono sarcástico del chico mezclado con un atisbo de enfado.
—He llamado a papá, pasaré el fin de semana con él y Cosette.
—Está bien cielo, pásalo bien.
El chico colgó sin despedirse de su madre. Nadine permaneció en silencio durante unos segundos, cada paso que daba la alejaba más de su hijo.
Buscó en la agenda el número de su exmarido y marcó su número.
—Soy yo, Enzo quiere ir unos días con vosotros.
—Lo sé, le recogeré en media hora. Nadine este mes no estoy ganando mucho, así que no podré pagarte la mitad de las clases de dibujo.
—Mierda Charles, cada vez es una cosa —dijo harta de excusas.
—Hago lo que puedo y tú deberías cumplir tus promesas, le habías prometido que hoy iríais a pasar el día al centro comercial y al cine.
Nadine dejó el teléfono en el asiento del copiloto, ahora entendía el cabreo de Enzo, se olvidó por completo de su plan juntos.
Unos quince minutos después, estacionó el vehículo en el parking de comisaría y fue directa al laboratorio forense.
—Paul he encontrado esta foto. Fíjate en la chica, es muy parecida a las víctimas.
CAPÍTULO 2
Gabrielle y Sophie entraron en la tienda dedicada a vestidos de novia. Una mujer de piernas largas, cuerpo atlético y voz irritante las atendió
—Somos agentes de policía, buscamos un vestido como este —.Gabrielle sacó una foto del bolsillo.
La dependienta miró con atención el retrato durante unos segundos.
—¿Podría facilitarnos la lista de ventas, número de clientes de estas dos últimas semanas? —dijo Sophie.
—Por supuesto, lo tendré en un par de horas.
Salieron del establecimiento, el sol brillaba con fuerza a pesar del frío. Gabrielle llevaba un jersey rojo que contrastaba con su piel negra y unos pantalones de tela ceñidos a la cintura.
Sophie por el contrario, llevaba un atuendo más urbano, vaqueros azul oscuro y un polar morado.
—Mientras esperamos los resultados, podríamos comer algo. Conozco un sitio que te gustará —propuso Sophie.
Entraron en un restaurante de aspecto informal y acogedor, las paredes estaban repletas de fotografías de famosos que habían comido allí, en una de ellas, podía verse a un conocido actor junto a los dueños del establecimiento, los tres sonreían delante de una mesa.
—¿Te has fijado? Stany Coppet estuvo aquí —dijo Gabrielle—.La verdad, no me importaría esposarle en la cama.
—Bueno, yo prefiero a Marion Cotillard —respondió su compañera con la cuchara suspendida en el aire.
Después de probar los platos recomendados por el camarero, regresaron a Le Point Mariage.
—Buenas tardes, tengo lo que me pedían —saludó de nuevo la dependienta.
La mujer les mostró una hoja detallada de todas las ventas: la última se realizó una semana antes del crimen.
—Es el mismo modelo de la fotografía que me han enseñado, estuvo de moda hace siete años.
—¿Se ha seguido vendiendo? —preguntó Sophie.
—A pesar de que es un vestido muy elegante, ha quedado en el olvido. Espere, llamaré a una de mis empleadas, quizás pueda ayudarles.
Una chica de estatura mediana, pelo castaño, largo hasta los hombros y delgada, acudió donde estaban las dos agentes.
—Me llamo Alexandrine Martínez, Léa me ha puesto al corriente de todo, hace una semana atendí a una mujer de unos setenta años.
—¿Recuerda el nombre de la mujer?
—Creo que se llamaba Margot, aunque no recuerdo su apellido. Pagó en efectivo.
—¿Podrías hacer una descripción de ella?
—Era una mujer alta y muy delgada, tenía el pelo rubio claro e iba peinada con un moño bajo. Me llamó la atención su forma de vestir, parecía sacada de una revista de principios de los noventa.
—Gracias, nos has sido de gran ayuda.
Mientras Sophie y Gabrielle averiguaban quién pudo comprar ese vestido, Nadine examinaba la foto que encontró en la escena del crimen. El microscopio le mostró una huella en una esquina casi invisible, ahora solo faltaba cotejarla y ponerla en la base de datos. En la pantalla comenzaron a aparecer varias imágenes, la huella en cuestión, pertenecía a Faustine Bonnay.
Buscó en el registro de habitantes de la ciudad, encontró a varias personas con el mismo nombre y apellido.
—Olivier necesito que busques a esta mujer —.Le enseñó el retrato.
—Esto es pan comido —dijo mientras tecleaba en el ordenador—.Ya está, aparece como fallecida, murió hace menos de diez años, según aquí murió en el hospital principal.
—Gracias, te debo un par de cervezas —.La detective le guiñó un ojo.
Nadine Leroux maldecía el día en que encendió su primer cigarrillo, odiaba la impuntualidad, era una persona metódica y organizada. Sus ojos eran verde claros, llevaba unas gafas que le cubrían su rostro menudo, el pelo negro ondulado conjuntaba con su piel tostada.
—Detective, tenemos información —.Gabrielle entró en el despacho como una exhalación—.El vestido lo adquirió una mujer, se llama Margot.
—Interrogad a todas las Margot de la ciudad y preguntad si compraron un traje como el de la foto. Descartad a las menores de cincuenta años.
Las dos chicas asintieron con la cabeza. Nadine salió tras ellas y fue al hospital más importante de la ciudad.
—¿En qué puedo ayudarle, señora? —.La recepcionista apenas levantó la vista del ordenador.
—Soy la detective Nadine Leroux, busco a una paciente —.Le enseñó su placa reglamentaria.
—No sé si podré ayudarle, suba a la última planta.
Salió del ascensor y vio una puerta con un letrero dorado con el nombre de Gérard Allard, el director del hospital, llamó varias veces y esperó.
—Adelante —dijo una voz grave y melodiosa.
—Señor Allard, me llamo Nadine Leroux soy detective e investigo la muerte de Manon Baudin, la última víctima del asesino de Halloween, como lo llaman los medios.
—¿Qué tiene que ver todo esto conmigo? —.Arqueó una ceja mientras observaba a la mujer que tenía delante.
—Necesito la ficha de Faustine Bonnay.
El director acarició su mentón mientras intentaba recordar.
—Buscaré su historial en el ordenador. No le prometo nada.
Tecleó el nombre de Faustine Bonnay, al momento aparecieron varios documentos.
—Aquí está. Falleció por una fractura de cráneo.
—¿Cómo murió? —.Se inclinó hacia el médico y fijó su mirada con la de él.
—Es información confidencial, detective.
—No para la autoridad y menos si se trata de una investigación.
—Ella y su prometido sufrieron un accidente de tráfico, exceso de velocidad —respondió el médico—.Bien, espero haberle ayudado, detective.
—Gracias por su tiempo —.Leroux se despidió con un fuerte apretón de manos.
Las agentes examinaban la lista con todas las mujeres que se llamaran Margot. A los pocos minutos, entró la detective por la puerta y buscó con la mirada la mesa de las dos policías.
—Tenemos algo más, Faustine Bonnay murió hace siete años de accidente automovilístico. Iba con su recién marido, estuvieron casados menos de un año —.La detective les narró su visita al hospital.
—Aquí en la lista aparece una Margot Bonnay —.Gabrielle señaló con el dedo la pantalla del ordenador.
Las tres mujeres subieron al vehículo oficial y pusieron rumbo a Montfavet, un barrio situado a las afueras de Avignon.
CAPÍTULO 3
Una mujer vestida con colores vistosos abrió la puerta de par en par, iba despeinada y su aliento apestaba a alcohol.
—¿Qué es lo que queréis de mí? —.Su voz sonó grave y pastosa, como si se hubiera levantado de la cama hace poco.
Tenía los ojos azules algo enrojecidos a causa del sueño y del vino que había ingerido. Mostró sus dientes amarillentos en una mueca que pretendía ser una sonrisa.
—Somos agentes de policía señora Bonnay, necesitamos hacerle unas cuantas preguntas.
La mujer frunció el ceño, no se fiaba de aquellas mujeres que afirmaban ser policías. A los pocos segundos, apareció un hombre de aspecto descuidado y se situó al lado de Margot.
—¿Quién es, madre? Te he dicho mil veces que no abras a nadie.
—Es mi hijo, odia las visitas —les explicó la mujer—.Pasa el día encerrado desde que ocurrió aquello.
El hedor que salía de la vivienda hizo que sintieran náuseas. La mesa estaba llena de latas de cerveza y botellas de vino vacías junto a varios platos en la mesa con restos de comida reseca, mientras las moscas pululaban a su alrededor.
—Señora Bonnay, no le quitaremos mucho tiempo —dijo Nadine—. ¿Conoce a esta mujer?
Margot cogió la foto en sus manos y la observó durante unos segundos.
—Sí, es Faustine, la mujer de mi hijo, si quieren pueden hablar con él.
—¿Puede pedirle que venga, por favor?
Al poco tiempo regresó aquel tipo delgado de hombros caídos y mirada anodina a la sala de estar.
—Necesitamos hacerle unas preguntas señor Bonnay. Por favor, acompáñenos.
Salieron ante las miradas curiosas de los vecinos y vecinas, de vez en cuando se escuchaba a alguien murmurar. Bajó la cabeza y con pasos lentos y pesados caminó al lado de las agentes.
Tomó asiento en una sala no muy grande, en ella había una mesa de madera rectangular y un par de sillas, las paredes eran blancas, una de ellas estaba acristalada para poder seguir las interrogaciones desde el exterior.
—Jean Bonnay, eres sospechoso de homicidio en primer grado, encontramos a la víctima en una propiedad de tu esposa.
—No sé quién puso el cadáver ahí. Yo no he matado a nadie —respondió con total parsimonia.
—Dejar una foto de Faustine, fue un fallo —.La detective se apoyó en la mesa y mantuvo la mirada con la del acusado.
—Le repito que no he matado a nadie.
—Jean, tu madre se ha derrumbado y lo ha confesado todo —mintió Nadine.
Al escuchar esas palabras sintió un ligero temblor en el cuerpo. Quizás fue demasiado imprudente al contárselo todo aquella noche en la que regresó manchado de sangre. Sin embargo, no pudo más con aquello y se derrumbó. Su madre se arrodilló junto a él y le meció como solía hacerlo cuando era pequeño.
—¿Usted sabe lo que es perder a la persona más importante de tu vida?
—Continúe señor Bonnay —. Nadine fijó su mirada con la del acusado.
—Faustine murió al instante, aunque jamás se fue de mi lado. Ella me ordenó matarlas, yo solo cumplía sus deseos.
—Por eso las escogías y las eliminabas. ¡Mira esto! —.Le obligó a mirar las imágenes de las fallecidas.
—¡Basta! ¡Aparta eso de mi vista! No puedo ver esas imágenes —.Sollozó con la cabeza metida entre las manos.
—Menos cuentos, Jean. Esas chicas tenían toda la vida por delante y tú les quitaste ese derecho. Pasarás una buena temporada encerrado.
—¿Qué pasará con mi madre? No sabe cuidarse sola, está enferma —dijo con ojos suplicantes.
—Será acusada por encubrimiento agravado. Las autoridades se encargarán de internarla en un centro —respondió de forma mecánica.
Nadine vio como se llevaban esposado a Jean. Antes de desaparecer volteó su cabeza hacia la detective y le dedicó una sonrisa.
—Solo quería complacer a mi amada.
Los libros han formado gran parte de la vida de Sara, sin embargo, es en la edad adulta cuando publica su primer libro: El mal que habita entre nosotros.
Ha participado en las antologías: Amor por las palabras, Soy valiente, Show Your Rare, Ecos de tinta.
¿Dónde encontrarla?
Twitter: @SaraAlonsoBarb2
Instagram: @saraalonsobarber
Facebook: Sara Alonso Barber
Si quieres conocer otros artículos parecidos a El vestido de Faustine Bonnay - Relato de Sara Alonso Barber puedes visitar la categoría Relatos.
Deja una respuesta
Por si quieres seguir leyendo