Lazos blancos en la piel

Lazos blancos en la piel

El amor, entregado sin mesura ni razón, la mentira, la traición y la suma de los miedos se mezclaron en su mente, ahogada en dudas y sentimientos encontrados y la golpearon brutalmente, empujándola hasta el borde mismo de la locura.

Se encerró en sí misma, rumiando recuerdos de lo que había vivido, la confianza entregada y cruelmente traicionada, el engaño y la desfachatez con que había mantenido la mentira, las señales que no pudo ver y por último la puñalada que le asestaron ambos, Carlos su esposo y Julia, su "mejor amiga".

Sus amigos, leales compañeros la acuerparon y apoyaron como podían, sin atreverse a reconvenirla o a darle consejos que, sabían, no quería escuchar, la vieron consumirse en un medio de un pertinaz silencio y terminaron por idear un plan para distraerla y sacarla del oscuro foso en el que se estaba hundiendo.

A base de mucha preparación la convencieron de salir de su ensimismamiento, de su autoencierro y lograron que los acompañara al mar, a su querido mar, cuyas olas siempre eran un bálsamo para sus heridas.

Silvia, desde siempre había amado al mar, caminar descalza por la arena, respirar la brisa salada, bañarse en sus aguas o simplemente mirarlo, le reconfortaba, desde que era muy pequeñita y en compañia de sus padres disfrutaba del mar, ellos lo sabían y por eso habían insistido tanto.

El efecto había sido casi instantáneo, parecía la misma chica alegre que habían conocido siempre, el simple hecho de estar en el mar había cambiado su fisonomía, habló con ellos, comenzó a sonreír y hasta hizo un par de bromas, bebió una cerveza, mientras se comía un plato de sopa de cangrejo con crema y luego en la sobremesa, se levantó a caminar, como siempre lo hacía cuando salían juntos.

El restaurante estaba cerca de unos altos acantilados a cuya cima se podía acceder por una larga vereda, y ella tras caminar un poco por el jardín comenzó a subir, mientras sus amigos seguían conversando en la sobremesa, contentos del cambio que habían visto y aprovecharon para hablar del tema.

— Les dije que el mar era la solución

— Tenías razón Rebeca, le ha hecho mucho bien, así no se acuerda del desgraciado ese.

— Mira que el muy cabrón tuvo la desfachatez de ponerle los cuernos con esa perra que decía ser su amiga.

— Yo le advertí que no les tuviera tanta confianza, ya sabía que la perra...

— ¡Ya, basta!  - Dijo Mario - El punto ahora es que se recupere y comience a pensar en el divorcio

— Pero, es que ella no quiere, que se casó por la Iglesia y todo eso

— ¡Todo eso un cuerno! debémos convencerla

— Y a todo esto, ¿Donde está?

Y como movidos por un resorte, se pusieron a buscarla con premura y el miedo reflejado en sus ojos cuando de pronto, la pequeña Dani dijo asustada señalando hacia un lado.

— ¡Ahí va! ¡A los acantilados!

— ¡Dios mío! ¡Se va a lanzar!

Y corrieron despavoridos tras ella, gritando su nombre.

Silvia avanzó con paso decidido a la cima del acantilado recibiendo en la cara el viento que agitaba su pelo como oriflamas de guerra, se detuvo al recibir la refrescante brisa con olor a sal, con olor a mar, con olor a libertad.

Había sido sumamente doloroso todo el proceso de desengaño y toma de conciencia que la había llevado hasta ese momento y lugar, pero había tomado una decisión y no la iba a cambiar por nada, ni por nadie en el mundo.

Tras ella venían corriendo sus amigos muy abajo y sus gritos apenas eran perceptibles por la distancia y el viento.

— ¡Silvia detente! ¡No vale la pena!

— ¡Él no lo vale!

— ¡Silvia, por Dios!

Pero ella no los escuchó y tras un breve instante en que pareció cambiar de opinión, siguió avanzando, deteniéndose al borde mismo donde terminaba la roca e iniciaba el profundo abismo directo a las rocas de coral donde las olas estallaban en blanca espuma, como un suave lecho que la esperaba para cubrirla amorosamente de blanco.

Miró hacia abajo como hipnotizada por el vaiven de las olas que trepaban por el acerrife y regresaban para intentarlo de nuevo, desde hace milenios y pensó que ahí estaría hasta que el mar, la sal, las rocas y la arena eliminaran hasta el último vestigio de su existencia.

Haciendo un esfuerzo miró hacia el horizonte y divisó a lo lejos una blanca nube sobre punto en que el mar se conectaba con el cielo como promesa de una libertad nueva, entonces procedió.

Mario y Julia la habían perdido de vista en el último tramo antes de llegar a la cima y escucharon el grito de rabia de Silvia.

— !Nooo! Gritó Mario aceleranto el paso hasta terminar de subir y entonces se detuvo.

Un poco atrás iba Julia, resollando, pero haciendo un supremo esfuerzo llegó hasta donde estaba Mario como congelado y apoyándose en él, se quedó mirando en la misma dirección, mientras recuperaba el aliento con fuertes resoplidos.

Ambos vieron a Silvia de pie al borde del precipicio con su negro y largo pelo ondeando, mirando al mar y sonriendo satisfecha.

— ¿Silvia?

Ella volteó y sin dejar de sonreír les mostró la mano izquierda extendida, en ella faltaba su anillo de bodas.

— ¿Que pensaban? ¿Que yo quería saltar? ¡NO! ¡Solo quería deshacerme del maldito anillo! ¡Ahora estoy bien, Vámonos!

Y juntos descendieron a la playa...

Omar Nipolan

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