Fin de semana de estudio
Era domingo cuando emprendía la vuelta a casa. La ruta estaba en mal estado y no tenía otra alternativa que recorrer aproximadamente veinticinco kilómetros de asfalto destruido, prácticamente era una mezcla entre ripio y pozos, para poder llegar a la Ruta 9, la cual se conectaba con la Panamericana.
Unos amigos me habían prestado una pequeña vivienda de campo por el fin de semana para intentar trabajar tranquilamente en mi tesis. Estoy finalizando la Licenciatura en Ciencias Antropológicas, pero como era de esperar, no pude concentrarme en ningún momento de mi estadía en el alejado pueblo, no porque no fuera un sitio calmado, al contrario, consideré utópico que a menos de doscientos kilómetros de Capital Federal exista un lugar donde la gente duerme con la puerta abierta de su hogar, donde todos se saludan, en el cual los pequeños pueden jugar en la calle sin que nadie los controle, donde prácticamente es lo opuesto a lo que es la vida en la gran ciudad.
Cuando me la ofrecieron acepté sin dudarlo, porque no solo me serviría para trabajar en la tesis, sino también para alejarme un poco de mi entorno e intentar hacer el duelo tranquilamente.
Hacía tres meses habían matado a mi hermana en un intento de robo. Ella volvía de salir con unas amigas y en la puerta de nuestro domicilio la encerraron dos tipos armados en una moto para robarle el celular. En el forcejeo, a uno se le escapó un tiro e impactó en el pecho de mi hermana.
Todavía me es difícil asimilar su ausencia. Aún creo que todo es parte de una pesadilla en la cual voy a despertar y ella va a estar ahí, en la cocina tomando mate.
El viernes me fui antes del trabajo para evitar el caos de la autopista. Mi viejo me prestó el auto para el viaje y antes de salir me dijo que toda la documentación estaba en la guantera. No los revisé porque sabía lo ordenado y obsesivo que era. Confié ciegamente en su palabra.
Pese a la corta distancia, me tomó más de dos horas llegar porque no conocía el camino y como dije anteriormente, los últimos kilómetros fueron estresantes. El auto va saltando pozos tras pozos.
Cuando llegué a mi destino intenté continuar el trabajo que vengo haciendo hace unos meses, sin embargo, me fue imposible. Los recuerdos de mi hermana se repetían en mi cabeza, mostrándome una película que no deseaba dejar de ver. Pese a mi dolor, no había derramado una lágrima.
La primera noche cociné algo sencillo, estaba cansado por el viaje y prefería evitar complicarme, por eso opté por comer unos panchos. Rápido y sin muchas vueltas.
Luego de cenar, me preparé un café y me senté en el fondo que tenía la residencia. El cielo estaba despejado, regalando una visual de millones de estrellas. Un paisaje impresionante.
Me fumé un cigarrillo mientras continuaba tomando de a sorbos el café. La noche era cálida, pero corría una brisa agradable.
¿Esta era la vida fuera de la megacity? Esa inmensidad me producía sosiego.
Me quedé hasta casi las dos de la madrugada leyendo un libro, uno de los tantos que me había llevado para despejarme del estudio y luego me fui a dormir.
—No te preocupes —oí como si fuera un susurro.
Desperté exaltado. Asustado. Miré el reloj; eran las 3:33 A.M.
¿Había escuchado unas voces? ¿Era posible?
Cuando abrí mis ojos parecía que estaba ciego, no se veía absolutamente nada. La habitación no tenía luz. Cuando llegué por la tarde me di cuenta que la lamparita estaba quemada, pero no la cambié. Agarré el celular para utilizarlo de linterna, pero no encontré nada en el ambiente.
Salí del cuarto y prendí la luz de la cocina. Tampoco hallé nada.
Recorrí todos los rincones de la antigua casona obteniendo el mismo resultado. Fui hasta la puerta que daba a una calle de ripio buscando una respuesta.
Solo se oían los grillos.
Estaba desorientado, aturdido. ¿Estaba imaginando cosas?
Fumé un cigarrillo en la cocina antes de volver a acostarme, pero esta vez me llevé una vela al cuarto.
No por precaución, sino más bien por miedo.
Sin embargo, todo podría ser parte de mi imaginación.
No venía durmiendo bien y tal vez eso afectaba de alguna manera mis percepciones.
●●●
Abrí los ojos cerca de las siete de la mañana, antes de que sonara del despertador. No fui hasta ahí por placer, sino a tratar de continuar con mi trabajo.
Salí buscando una despensa donde comprar víveres. El pueblo era pequeño.
Cuando llegué al pueblo el día anterior, tuve que pedir la llave de la casa al cura del recinto, un sujeto de una frondosa barba y voz ronca —seguramente por años de tabaco— llamado Ismael. Fue él quien me guió para llegar a la cabaña.
Luego de caminar dos cuadras encontré una panadería. Al ingresar fui recibido con cordiales saludos, pero sentía que me observaban como un bicho raro, a la distancia se notaba que no era de la zona, no solo por la vestimenta, sino también porque allí se conocían todos.
Compré cuatro medialunas y un cuarto de pan; el cual pensaba guardarlo para el almuerzo.
Al regresar, puse la pava y entre mate y mate comencé a releer ms apuntes. Al finalizar, me surgieron ideas que comencé a escribir, pero las mismas no llevaban a nada, era un callejón sin salida, estaba meti- do en un bucle del cual no sabía si iba a poder salir.
Escribí unas pocas páginas sin estar seguro de ellas. El fastidio comenzaba a apoderarse de mí. Salí a tomar aire al fondo de la casona intentando despejarme un poco.
Eran las 10:37 A.M, y aún mi tesis estaba igual que antes de venir.
Decidí relajarme un poco y tratar de disfrutar de la naturaleza que me rodeaba, así que me puse un pantalón y zapatillas deportivas para salir a trotar por los alrededores.
No me tomó mucho tiempo llegar al final del pueblo, así que opté por seguir corriendo por un camino que no era por el que había llegado. Al cabo de un rato llegué a la desembocadura de un río. El día estaba un poco pesado, así que aproveché, me mojé la cabeza y me quedé sentado en la orilla descansando hasta que llegaron cuatro chicas que deberían de tener mi edad.
Las observé durante un rato, descubriendo que eran como yo, visitantes del alejado poblado. Una de
ellas se tiró de bomba al río, haciendo que unas gotas cayeran sobre mí.
Regresé caminando con parte de mi remera cubierta de sudor y el agua que me habían salpicado.
En el trayecto de vuelta, vi una vivienda fuera del camino, tal vez era donde estaban parando aquellas chicas, ya que no creía que el territorio tuviese hoteles.
Volví a pasar por la panadería —que también era un almacén— para comprar jamón y queso. Cuando entré a la casa estaba cubierto de transpiración, así que me di una ducha rápida antes de almorzar. El agua salía helada, era como si me estuvieran tirando una bolsa de hielo sobre mí.
Me hice unos sandwiches con el pan que había comprado en la mañana. Los devoré ferozmente, atragantándome varias veces. Al terminar estaba sumamente satisfecho.
Jamás duermo siesta en la ciudad y si quisiera no podría, ya que el ritmo que llevamos es más acelera- do que en otros lugares del país. Sin embargo, estando en ese pueblo no pude evitar mimetizarme. Así que después de almorzar, limpiar y acomodar, me desplomé en la cama.
Antes de acostarme, cerré la celosía para que no entre tanta luz. No tardé en dormirme.
●●●
—Estoy bien, no te preocupes —escuché.
Di un salto de la cama, esta vez no iba a pensar que era producto de mi imaginación. Alguien me había hablado. Sujeté el celular y alumbré mí alrededor. Las manos me temblaban, estaba muerto de miedo.
No había nadie en la habitación, estaba completamente vacía, pero algo llamó mi atención y fue que al observar mi celular eran las 3:33 P.M.
La cabeza iba a estallar, no paraba de caminar por el fondo de la casa. Estaba fumando desesperada- mente, algo estaba pasando, ya no era mi imaginación. Había escuchado que me hablaban.
Quise llamar a los amigos que me prestaron la vivienda, pero no tenía señal desde que había entrado en el camino de ripio. Hasta que no volviera a la ruta no iba poder comunicarme con nadie.
Traté de buscarle la lógica al asunto, pero no la tenía.
Inhalé con lentitud y exhalé con la misma calma. Necesitaba enfriar mis ideas para poder pensar con claridad.
Las dos veces fue exactamente en el mismo horario, obviando el hecho de que hay doce horas de diferencia, no se me ocurría qué podría estar vinculado con ese horario.
¿Había un espíritu? Si lo había, ¿de quién era? ¿Por qué me había dicho eso? ¿Qué referencia tendrá ese horario en particular?
Pasé el resto de la tarde caminando por el pueblo, tratando de distraerme. Requería aire para recapacitar. No me iba a ir, me quedaría hasta el domingo como tenía planeado, aunque no sabía si era una buena decisión.
A la hora de la cena me hice unos fideos con manteca. No tenía hambre, pero necesitaba mantener ocupada la cabeza. El miedo me carcomía las entrañas.
Sentado en la mesa de la cocina, miraba la entrada oscura del cuarto. ¿Había algo ahí? ¿Estaba ahí en todo momento?
Tomé cerca de seis latas de cerveza que estaban en la casa. No iba a poder dormirme sobrio, tampoco me importaba si el alcohol iba a modificar mis percepciones. Necesitaba ese empujón.
Al terminarlas estaba ebrio, pero seguía en la silla de la cocina. Con la visión nublada vi en el celular que eran cerca de las once de la noche.
Me arrastré hasta la heladera para agarrar otra lata más.
Empecé a llorar, en mis pensamientos estaba el recuerdo de mi hermana. Éramos compañeros, amigos. Todo nuestro entorno no podía creer que nos lleváramos tan bien, aunque teníamos nuestras discusiones como todos los hermanos, era imposible que nos peleáramos.
Desde que ella no estaba sentía un vacío en el pecho.
No había terminado la última cerveza cuando me desplomé sobre la mesa, cayendo profundamente dormido.
—Estoy bien, no te preocupes. Siempre te voy amar.
Abrí los ojos y vi una silueta. Una mujer de pelo negro o al menos eso creía. Froté mis sienes tratando de despabilarme. Me explotaba la cabeza, tenía una resaca infernal, estaba babeado. Visualicé mi celular. Eran las 3:33 A.M.
¿Todo era producto del alcohol? ¿De quién era esa silueta?
Me duché para sacarme la resaca y me desplomé en la cama. Ya más de lo que había pasado no podía suceder, y en el estado que estaba no podía manejar.
Amanecí cerca de las siete de la mañana, todo seguía igual que como lo había dejado. Acomodé, limpié y comencé a guardar lo poco que había llevado en el auto. Volvía a Capital.
Le dejé las llaves de la casa en el buzón de Ismael después de golpear reiteradas veces su puerta y no recibir respuesta.
Me puse los anteojos de sol y emprendí el regreso.
Cuando llegué al camino de ripio, bajé la velocidad porque de frente venían vehículos a alta velocidad.
Eso me llamó poderosamente la atención pero le resté importancia.
Ahora conocía cómo era el trayecto, así que decidí tratar de esquivar los pozos. Fue casi imposible, esquivaba uno y aparecían dos más.
Hubo un cráter que no pude evitar y el vehículo pegó un salto impresionante. Al impactar contra el suelo, se abrió la guantera; de la cual cayeron papeles por todo el asiento del acompañante.
Frené sobre la banquina para acomodarlos. Mientras los acomodaba hallé los papeles del auto, justo donde me había dicho mi viejo.
Cuando estaba a punto de terminar de acomodarlos me quedé helado, entre ellos estaba la partida de defunción de mi hermana.
Por mis mejillas comenzaron a correr las lágrimas. La hora de su muerte había sido a las 3:33.
Nombre: Cristian Leonel González
Redes:
@cristianleonelgonzalez88 (Instagram)
@Cristia12158856 (twitter)
Cristian Leonel González nació el 18/04/88 en Buenos Aires, Argentina. Desde temprana edad sintió apego hacia muchas ramas del arte, entre ellas la literatura y la música. En esta última fue la que me desenvolvió durante la adolescencia tocando en grupos de diversos géneros musicales ya sea tocando un instrumento (guitarra, bajo o batería) o desde la composición lírica. Grabó varios discos con diferentes agrupaciones y participo en varias giras nacionales. Estudió Licenciatura en Psicología, Profesorado de Historia y japonés.
Condujo el programa de radio llamado #MatarseParaQue (título que nace de una canción de una de una de sus bandas) durante el 2010 y 2012, volviendo al ruedo en el 2020 hasta que pandemia hizo que lo dejara de lado.
Editó seis libros. Ellos son: Entrelazos de la mente (relatos), Como llegue a la chica de mis sueños sin nunca haberla soñado (tragicomedia), Percepción alterada (thriller psicológico), Alomnesia (thriller psicológico), Putrescina (terror) y Catatónicos (terror).
Varios de sus relatos fueron seleccionados para distintas antologías, entre ellos están: El Chango y el pardo (infantil), Callejón (terror), El viaje (drama-fantástico), Bajo los cimientos de la ciudad (thriller), Noche agitada en el cementerio (terror), Paralizado (terror), La pandilla del muelle (aventura), Tabula rasa (ciencia ficción – drama), Un relato de regalo (terror juvenil) y Tostadas con manteca (thriller)
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Excelente tu relato Cris!! Un despliegue literario totalmente increíble, siempre con el suspenso a flor de piel. Felicitaciones!!!
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