Entrevistas Rodolfo Alpízar Castillo
- Robaron mi cuerpo negro es descrita como una novela histórica y erótica centrada en Fermina, la "Guerrera", una figura hasta ahora no reconocida en la historia de Cuba. ¿Qué te inspiró a explorar este personaje y a combinar elementos de historia y erotismo en tu obra?
- ¿Cómo fue tu proceso de investigación para crear una novela histórica que se desarrolla en Cuba? ¿Qué fuentes utilizaste para asegurar la precisión histórica en tu narrativa?
- Ganaste la Primera Mención en el Premio Alejo Carpentier de Novela 2015 por Robaron mi cuerpo negro. ¿Qué significó este reconocimiento para ti como autor?
- En Para expresarnos mejor abordas temas relacionados con la comunicación y el uso efectivo del lenguaje. ¿Qué te llevó a escribir este libro y qué esperas que los lectores obtengan de él?
- ¿Cuál es tu enfoque al presentar temas lingüísticos complejos de una manera comprensible y amena en Para expresarnos mejor?
- ¿Cuál crees que es la importancia de la práctica en el proceso de aprendizaje del lenguaje y la comunicación, como sugiere el título de tu libro?
- ¿Cómo describirías tu estilo de escritura y cómo ha evolucionado a lo largo de tus obras?
- ¿Cuál crees que es el papel de la literatura en la exploración y comprensión de la historia y la cultura de un país?
- ¿Qué consejos le darías a los escritores que deseen abordar temas históricos o culturales en sus obras?
- Para finalizar ¿algo que quieras decir?
Robaron mi cuerpo negro es descrita como una novela histórica y erótica centrada en Fermina, la "Guerrera", una figura hasta ahora no reconocida en la historia de Cuba. ¿Qué te inspiró a explorar este personaje y a combinar elementos de historia y erotismo en tu obra?
Ante todo, para evitar confusiones: El calificativo guerrera, aparecido en la contracubierta de la edición cubana (con inicial mayúscula), no se usa en la novela como sobrenombre de la protagonista.
Robaron mi cuerpo negro es una novela histórica, basada en hechos reales poco atendidos por la literatura de ficción cubana: las rebeliones de esclavos. El personaje protagónico (mujer, negra, esclava) está construido sobre el modelo de Fermina, participante activa en varias sublevaciones y fusilada en 1844, dato curioso, pues, por lo general, a los esclavos levantiscos los colgaban.
Cuando se habla de novela erótica, por lo común se piensa en textos centrados en el erotismo, y donde el impulso erótico condiciona personajes y argumento. Entonces, no sería exacto clasificar Robaron mi cuerpo negro como “erótica”, pues en ella el erotismo es un elemento más en el dibujo de los caracteres de los personajes, si bien, hasta cierto punto, explica su actuación. En esta, como en otras novelas mías, es un factor de veracidad: Guste o disguste a ciertas corrientes actuales de pensamiento, los humanos somos animales sexuados y sexuales; plasmarlo en mis obras no me convierte en escritor erótico. En resumen: El erotismo de Robaron mi cuerpo negro no responde a un interés particular en destacarlo, es una exigencia del desarrollo de la trama. Y estuvo presente, por cierto, en el momento mismo de llegarme la inspiración.
(Para mí, la inspiración sí existe, pero sin nada de místico o sobrenatural, sino como estado particular de la conciencia provocado por disímiles razones; las herramientas de que uno disponga, más las habilidades para usarlas, la disciplina y el esfuerzo realizado, ponen el resto).
Con la colaboración de Elvira, bibliotecaria de la Casa de África, en Habana Vieja, consulté textos sobre la esclavitud, con la intención de escribir una novela. En el folleto La gesta heroica del Triunvirato, del historiador José Luciano Franco, leí que los sublevados del ingenio así llamado se dirigieron al Ácana, liberaron a una esclava de nombre Fermina, y ella “Señaló, para que lo machetearan, al blanco gordo que la había torturado”.
En ese momento exacto concebí la obra, vi la secuencia de escenas: Primero, el blanco gordo, látigo en mano, azotando a Fermina; después, ella, liberada, señalándolo y dando la orden. Las preguntas llegaron con las imágenes: ¿Por qué la torturaba?, ¿por protestona o por perezosa?, ¿el castigo implicaba algo más? Y ella, ¿ordenó machetearlo porque la maltrataba? ¿Solo por eso?
Fermina no habló; después yo sabría que era de pocas palabras. El blanco gordo, en cambio, respondió: Había mucho más. Quedaban presentados los antagonistas por excelencia de la obra: Blanco Gordo, mayoral, racista, obsesionado con el cuerpo de las esclavas y con una historia sexual que le imposibilitaba saciar sus deseos de una manera “normal”. Y Fermina, esclava indómita, que no le temía y era capaz de mirarlo fijamente a los ojos. El resto fue oírles las historias y trabajar.
En consecuencia, además de novela histórica, construida con el máximo de rigor, Robaron mi cuerpo negro es una indagación acerca de las complejas relaciones entre los seres humanos, incluidas las sexuales, relaciones aún más complicadas por desarrollarse en un entorno en el cual unos son esclavos, sin derechos sobre sus cuerpos robados, y otros son esclavistas, dueños o administradores de esos cuerpos.
¿Cómo fue tu proceso de investigación para crear una novela histórica que se desarrolla en Cuba? ¿Qué fuentes utilizaste para asegurar la precisión histórica en tu narrativa?
La pregunta está casi respondida en párrafos anteriores. Me apoyé en obras consultadas en la biblioteca de la Casa de África, libros prestados por un gran amigo y lector, Ramón Moya Martínez (sacerdote de Ifá y estudioso del tema religioso), y búsquedas en Internet. Consulté artículos, manuales de historia de Cuba (ente ellos una joyita bibliográfica, Historia de Cuba, de Juan M. Leiseca, 1925), y muchos libros más, como Diario de un rancheador, de Cirilo Villaverde, y Barracón y otros ensayos, de Pérez de la Riva. Unos fueron más útiles que otros para la construcción de la novela, pero todos contribuyeron a su veracidad.
Estudié para situarme en el entorno, pero siempre guiado por el principio de que la exactitud histórica tiene como objetivo no violentar la realidad y proporcionar cimientos sólidos a lo narrado, sin extralimitarse y convertirlo en ensayo o clase de historia. A continuación les di total libertad a los personajes para actuar y me metí en su piel, para sentir con ellos y describir sus motivaciones, emociones y reacciones. Dejando volar mi imaginación, sentía que escribía lo que me contaban o lo que hacían delante de mí.
Lo cierto es que investigar, dar vida propia a los personajes y plasmarla en la obra es, con mínimas variaciones, el método seguido en mis obras, sea un hecho histórico, como en este caso, sea el alcoholismo femenino (Brindis por Virgilio), sea el maltrato a las mujeres (Estocolmo). Después está el proceso de poda y barrido de la hojarasca, pero ese es otro tema.
Ganaste la Primera Mención en el Premio Alejo Carpentier de Novela 2015 por Robaron mi cuerpo negro. ¿Qué significó este reconocimiento para ti como autor?
El único resultado valioso fue que el día del anuncio del otorgamiento del premio a Nelton Pérez por su novela Infidente, muy merecido, el entonces director de la editorial Letras Cubanas, el escritor Rogelio Riverón, me la pidió para publicarla cuanto antes; le recordé que tenía otra en espera de ser editada (Entre príncipes y habaneras, publicada a fines de 2019; actualmente entregada por capítulos dominicales en la revista digital Gazeta). Me respondió que esa debía seguir esperando, porque él quería “comerse ese manjar”. Nunca había oído tamaño elogio: ¡Robaron mi cuerpo negro era considerada un manjar por el director de una editorial! Sería un éxito, aseguró Riverón.
Y lo fue: Su presentación coincidió con las actividades para conmemorar la fecha de la extinción de la esclavitud en Cuba (1886-2016), contó con extraordinaria asistencia de público, y en el acto se vendieron más de doscientos ejemplares, cifra muy respetable en cualquier lugar. Se agotó en pocos meses.
La crítica, en cambio, le volvió las espaldas: Salvo el generoso comentario de Fernando Rodríguez Sosa en la reseña de la presentación, y un texto del crítico cinematográfico Joel del Río, también halagüeño, pasó inadvertida; tampoco recibió el premio anual de la crítica, a pesar de los comentarios de los lectores y del éxito de presentación y venta. Lo más penoso es que ninguna de las voces que critican la escasez de negros y mujeres protagonistas en la literatura cubana, o hablan de rescatar la historia y las luchas de nuestros ancestros esclavizados, ha publicado al menos un comentario, a favor o en contra, sobre una novela cuyo personaje central es mujer, negra y esclava. Para mí, es un silencio inexplicable.
En Para expresarnos mejor abordas temas relacionados con la comunicación y el uso efectivo del lenguaje. ¿Qué te llevó a escribir este libro y qué esperas que los lectores obtengan de él?
En realidad, no “espero” que obtengan. Ya han obtenido, y sospecho que mucho. Maestros, periodistas, traductores, editores, narradores y ciudadanos comunes me han agradecido (es la palabra usada siempre) haber escrito Para expresarnos mejor. En Cuba se vendieron más de ciento diez mil ejemplares en unas cinco ediciones. Hubo una edición española, cuyo alcance no conocí, y ahora circula una edición panameña. Ese éxito responde a que Para expresarnos mejor realmente ayuda a lo que indica el título. La práctica lo demuestra, lo afirman quienes lo consultan.
La explicación es que Para expresarnos mejor no es el resultado de meditaciones realizadas en una biblioteca o el despacho de un profesional, sino de solicitudes hechas por editores, correctores y traductores al autor, ante las dificultades encontradas en su trabajo.
Recién graduado de Letras, e incorporado al Centro Nacional de Información de Ciencias Médicas a fines de 1974, me solicitaron redactar textos para distribuirlos gratuitamente entre los empleados, los consejos editoriales de las publicaciones médicas y los colaboradores. Así surgieron los folletos El acento, La puntuación y El gerundio, además de otros textos sobre terminología médica.
En todos los casos, sometí cuanto escribía a la consideración de quienes después serían sus receptores, los que, a su vez, aportaban ideas.
Posteriormente, miembro ya del Instituto de Literatura y Lingüística, pretendí publicar el folleto El gerundio (el que más me interesaba) en una editorial nacional, pero no lo aceptaron por no ser suficientemente voluminoso. Uní en un solo cuerpo los tres folletos, y lo presenté con el título original Para expresarnos mejor. El acento, la puntuación y el gerundio (la segunda parte del título desapareció en la edición española).
El éxito fue inmediato, y a los treinta y cinco mil ejemplares de la primera edición, agotados enseguida, siguió una cantidad similar a solicitud del Ministerio de Educación. En los institutos pedagógicos se convirtió en bibliografía de consulta obligada. Por dificultades con el papel, las siguientes ediciones (actualizadas) se espaciaron. Siempre se agotaron en poco tiempo.
Por cierto, esta obra tampoco conoció el favor de la crítica, que, salvo contadas excepciones, le volvió las espaldas.
¿Cuál es tu enfoque al presentar temas lingüísticos complejos de una manera comprensible y amena en Para expresarnos mejor?
Es sencillo: Explico como me gusta que me expliquen a mí: sin alardes de erudición, pero con enfoque científico de los temas; esto es, analizando el fenómeno sin enfoques puristas ni populismos que solo sirven para confundir. Expongo los temas con el máximo de naturalidad (al menos intento hacerlo), pero siempre desde el conocimiento científico. No afirmo nada basado en lo que me gusta o no me gusta, y no doy recetas (aunque hay quienes solo desean recetas para memorizar y se disgustan cuando se les habla diferente de cómo le enseñaron).
¿Cuál crees que es la importancia de la práctica en el proceso de aprendizaje del lenguaje y la comunicación, como sugiere el título de tu libro?
El niño aprende la lengua por imitación. Si los modelos seguidos son buenos, interioriza reglas sin saber que lo son. Al comenzar en la escuela domina casi todo lo que necesita para comunicarse con el resto del mundo, pero no porque en casa lo atiborraron de conceptos lingüísticos. No afirmo que no sea importante conocer reglas o teorizar sobre ellas: Lo es, pero en un segundo momento, o en un tercero. Lo demuestra el aprendizaje de lenguas extranjeras: Quien “piensa” las reglas del otro idioma para hablar apenas logra comunicarse.
Para mí, memorizar reglas carece valor si el proceso no va acompañado del uso práctico, incluso precedido por él. Por ello siempre me he opuesto a los excesos “científicos” en la enseñanza de la lengua materna. A redactar se aprende leyendo buenos textos y redactando, no memorizando reglas sobre cómo redactar. Lo mismo sucede con la ortografía. Es positivo teorizar, pero primero hay que practicar. Esta no será una regla válida para todos los momentos de la vida, pero lo es para la enseñanza de las lenguas, la nativa o la extranjera.
Por otra parte, ¿a quién se imita? A padres y maestros, sobre todo al inicio de la vida, pero también a amigos y personas de prestigio social. Entonces, el problema principal del aprendizaje de la lengua está en los modelos cuyos hábitos se interiorizan y automatizan, no en la repetición de reglas.
Esto nos conduce a la pregunta: En el día de hoy, ¿quiénes son las personas de prestigio que se convierten en los principales modelos lingüísticos, no solo de los niños, sino también de toda la sociedad? ¿Quiénes representan la “norma culta” de una sociedad?
No son los literatos, como se podría pensar; ellos son, a lo sumo, modelos de expresión literaria. Los modelos imitados, los que pautan el “buen hablar” de una comunidad lingüística, son quienes tienen presencia constante en los medios de divulgación, en la plaza pública, en posiciones relevantes: políticos y periodistas, ante todo, pero también compositores y artistas populares.
El lenguaje a veces rebuscado de los boleros cursis de mi infancia enseñó a mis coetáneos palabras que hablan al espíritu y la belleza. Pero no estoy seguro de que nuestros nietos aprendan, con las canciones de hoy en día, palabras que les permitan manifestar sentimientos elevados.
Políticos, presentadores de programas en los medios, periodistas e influenciadores en general también son modelos inconscientemente imitados, y no siempre se caracterizan por el buen uso del idioma. Entre los políticos pudiera ser intencional, por estar ellos más interesados en utilizar en su beneficio impulsos primarios que motivar la reflexión (de ahí la abundancia de consignas y frases hechas entre ellos). Pero entre comunicadores sociales, periodistas, locutores, etc., es simple incultura y falta de profesionalidad.
Puesto que entre pensamiento y lenguaje hay una unidad indisoluble, el lenguaje por consignas de los políticos, el descuido del buen uso del idioma por los medios de difusión y los influenciadores de las redes sociales y la limitación del vocabulario a una mínima expresión entre ciertos representantes de la música popular, sumados, condenan a las generaciones futuras a desarrollar un pensamiento mínimamente estructurado. Ello crea las bases para el afianzamiento de todo tipo de dictaduras.
¿Cómo describirías tu estilo de escritura y cómo ha evolucionado a lo largo de tus obras?
La pregunta me obliga a un ejercicio de introspección complicado que no he realizado, y a basarme en lo que otros me han comentado.
Según me han manifestado, tengo tendencia al barroquismo, pero no porque lo busque, sino por razones de personalidad; por ejemplo, en la conversación, además del ritmo y el tempo peculiar que todos tenemos, suelo usar oraciones largas, con abundantes paréntesis y subordinadas de varios niveles, y dejar ideas en suspenso para volver a ellas más adelante (repito que es lo que me han comentado). Ello se refleja de alguna manera en la escritura, aunque, desde luego, no de forma mecánica: No escribo como hablo ni hablo como escribo, y nadie lo hace; curiosamente, algunas amigas me han asegurado que “me oyen” cuando me leen.
También gusto de la ironía y los toques de humor, herencia familiar que me sale normalmente en la conversación y, es cierto, se refleja en mi obra.
Por otra parte, soy exigente conmigo mismo en cuanto a la limpieza de la expresión, y reviso incontables veces cuanto escribo. Tampoco me dejo tentar por el afán de “ser popular” usando determinadas expresiones. No me interesa hacer etnolingüística, ni demostrar que soy ducho en “el habla popular”. Supongo que ello se refleja en mi obra.
Como elemento evidente está la repetición del nombre María en los personajes femeninos, desde mi primera novela (Sobre un montón de lentejas, primera edición 1989, última 2008; actualmente en descarga gratuita en la biblioteca de la revista digital Gazeta), y muy marcado en la última publicada (Memoria sin casa, Panamá, 2022), donde hay una única María, a secas, que abarca a todas las mujeres importantes para el protagonista, salvo, al final, su amiga Lesbia María, quien da pie a la novela Viviendo con Lesbia María.
¿Cuál crees que es el papel de la literatura en la exploración y comprensión de la historia y la cultura de un país?
Estoy convencido de que la novela histórica tiene una ventaja sobre el ensayo o el manual históricos: Es más entretenida. Pero es ventaja relativa y, además, riesgosa. La novela histórica puede contribuir al conocimiento de la historia, incluso a penetrar en los vericuetos de la personalidad de los participantes en el acontecimiento histórico y despertar el interés por hechos y personajes. Pero también puede introducir convicciones erradas en el lector.
Para mí, el punto fuerte del autor de ficción, cuando crea una novela de tema histórico, está en la posibilidad de narrar lo no registrable en documentos: pesadillas, alucinaciones, miedos, apetencias ocultas, todo ello posibilita al personaje histórico adquirir matices de persona real, lo humaniza y le permite dejar de ser la estatua de bronce erigida en un parque. Ello es un aporte al estudio de la historia y a la cultura, como quiera que se mire.
Al respecto, una llamada de atención: Actualmente está de moda escribir textos con el nombre de novela histórica que en realidad son de fantasía. Resultan entretenidos, simpáticos y populares, pueden alcanzar alto vuelo literario, pero llamarlos históricos me parece abuso del lenguaje. Fomentan el gusto por la lectura, contribuyen a la formación de tendencias literarias; en fin, aportan a la cultura, pero llamarlos novelas históricas no me parece acertado.
¿Qué consejos le darías a los escritores que deseen abordar temas históricos o culturales en sus obras?
Ante todo, que definan lo que pretenden hacer: ¿literatura fantástica trajeada de novela histórica o novela histórica?, ¿novela histórica o ensayo? La respuesta a esas preguntas importa al momento de escribir.
Me referí a eso en el párrafo anterior. Es habitual (el cine nos regala todo tipo de ejemplos que no pocos escritores siguen) colocar a personajes ficticios vestuario de la Edad Media o de la Antigüedad (con todo tipo de anacronismos, por cierto), situarlos en una época nunca bien establecida, o referirlos a cierto momento o personaje, históricos o existentes en el imaginario popular, y a partir de ahí desarrollar un argumento de guerras, intrigas palaciegas, amores complicados, etc. Tampoco es raro que aparezcan armas ultramodernas en medio de un escenario medieval, junto a hechizos, dragones y pociones mágicas.
Insisto, con el mayor respeto: Eso no es novela ni cine históricos, es fantasía, lo cual no significa que no sean obras artísticas válidas.
Lo segundo es estudiar la época, en cuanto a los acontecimientos, pero también en lo relativo a costumbres, modos de pensar, corrientes filosóficas y religiosas, conceptos morales, criterios estéticos, ¡vocabulario! Ello no significa usar fórmulas lingüísticas arcaicas, sino huir de la tentación de colocar términos o conceptos actuales en boca de personajes que no pudieron conocerlos.
Al respecto, cito un ejemplo: En una novela africana que leí, situada en el siglo xvii, un esclavista usa el término esclavócrata para referirse a él y a su clase; en otro momento habla de esclavas sexuales, al mencionar las no enviadas a las plantaciones y destinadas a satisfacer los deseos carnales de los colonos. Evidentemente, el autor (quien, por otra parte, se excede en la exposición de datos de archivo; es decir, no carecía de conocimientos sobre la época) se descuidó y puso al personaje a hablar desde la modernidad. Para mí, este es un pecado grave en una obra de ficción de corte histórico.
Lo tercero lo mencioné antes al hablar de Robaron mi cuerpo negro: Se investiga, se aplica el máximo rigor histórico, pero sin cortar las alas a la inspiración y sin traspasar fronteras. Se escribe una novela, no un ensayo histórico, mucho menos un panfleto político. Por tanto, dentro de los límites impuestos por la época, el autor ha de permitirse el máximo de libertad artística, y no olvidar en ningún momento que la principal función de la obra de arte es aportar placer estético. Aporta conocimiento e ideología, cierto, pero a partir del disfrute. Violentar ese margen puede invalidarla.
Para finalizar ¿algo que quieras decir?
Todos hemos soñado alguna vez con vivir de nuestros cuentos o novelas. Algunos lo han logrado. Sin embargo, la realidad hace sonar el despertador en plena madrugada para advertirnos que, salvo un golpe de suerte, solo excepcionalmente lo recibido por la obra alcanza para vivir con un mínimo de holgura. La mayoría de los autores debe ganarse el pan ejerciendo otros oficios.
Eso sí: Quien de veras es escritor no deja de serlo por eso.
Si quieres conocer otros artículos parecidos a Entrevistas Rodolfo Alpízar Castillo puedes visitar la categoría Entrevistas.
-
Me ha despertado un gran interés por seguir conociendo su obra que voy a buscar desde este momento. Gracias.
Deja una respuesta
Por si quieres seguir leyendo